Un energúmeno en la Casa Blanca
El bloqueo a Cuba y Venezuela es un crimen de lesa humanidad que merece el castigo de la Corte Internacional de Justicia y la protesta de las naciones del continente.
Desde enero del 2017, cuando Trump asumió la presidencia de EE.UU., el mundo vive al borde del precipicio. Las decisiones demenciales del presidente norteamericano son una insolente provocación a la independencia y soberanía de muchas naciones.
Para Trump no hay límites éticos ni humanitarios. Igual ordena masacrar poblaciones en el Medio Oriente o asesinar a control remoto a críticos del imperialismo; sin titubear inicia una guerra comercial que pone a temblar la economía mundial, como de un plumazo priva de alimentos y medicinas a pueblos que las necesitan para sobrevivir.
La brutalidad de sus diktats ha convertido a su propio país -el más rico del mundo- en el principal foco de la pandemia de coronavirus y abierto sospechas que se trate de una filtración de los laboratorios de guerra bacteriológica del Pentágono.
La grosera agresividad del desquiciado mandatario golpea muy duro a naciones hermanas. Venezuela y Cuba son víctimas de la saña de Trump. El bloqueo a esos países tiene un propósito genocida. Intenta diezmar sus poblaciones mediante hambre y epidemias. Un método bestial para estrangular los procesos liberadores en ambos países. El bloqueo a Cuba y Venezuela es un crimen de lesa humanidad que merece el castigo de la Corte Internacional de Justicia y la protesta de las naciones del continente.
El bloqueo impide a Venezuela y Cuba abastecerse de recursos para combatir el coronavirus y de alimentos e insumos que requieren sus economías. El bloqueo les impide acceder al comercio y al crédito internacional. El FMI negó a Venezuela -por presión de Washington- un préstamo de 5 mil millones de dólares pero si no existiera el bloqueo norteamericano Venezuela sería un cliente regalón de la banca internacional. Es el reservorio más importante de petróleo y otras riquezas que le permiten garantizar su deuda externa. Además, Trump se apoderó en agosto del año pasado de cuantiosos bienes venezolanos en territorio norteamericano. Miles de millones de dólares -entre ellos la refinería Citgo- fueron secuestrados por el gobierno de EE.UU.
Trump ha intentado por todos los medios –incluyendo un frustrado magnicidio- eliminar al presidente legítimo de Venezuela. Hace más de un año, en gesto propio de un monarca administrando sus colonias, designó un “presidente encargado” de Venezuela. Su “virrey” se comprometió a derrocar al presidente Nicolás Maduro en el plazo de un mes. Pero el tiempo pasó y el “encargado” se convirtió en un triste fantoche inútil para el imperio. Por eso Trump ha resucitado el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), un instrumento de la guerra fría, para preparar el asalto a Venezuela. Colombia, principal abastecedor de cocaína para millones de drogadictos de EE.UU., es la plataforma logística para la agresión a Venezuela. En territorio colombiano existen varias bases militares norteamericanas y el ejército local está controlado por el Pentágono. Washington, asimismo, ha proveído fondos y armas para varias conspiraciones golpistas fracasadas. La alianza pueblo-fuerzas armadas es la clave patriótica y revolucionaria del proceso que se desarrolla en Venezuela desde hace 20 años. Sobreponiéndose a enormes dificultades -y a las consecuencias lamentables de sus propios errores- el país continúa orientando su revolución hacia el socialismo en las condiciones del siglo XXI. En la conciencia colectiva ha germinado la semilla que sembró el presidente Hugo Chávez y el gobierno del presidente Maduro -de indudable legitimidad democrática- desafía a diario los pronósticos derrotistas del periodismo que manipula el imperio.
Cuba, a su vez, conmueve al mundo con el ejemplo de su solidaridad. Asediado desde 1960 por el bloqueo comercial y financiero de EE.UU., que le ha significado pérdidas por 140 mil millones de dólares, el pueblo cubano ha vuelto a demostrar la fibra moral de su revolución. El internacionalismo -que entiende la Humanidad como un conjunto de hermanos- es la piedra angular de su cultura, educada en la revolución de Fidel y el Che.
Es una isla pequeña –poco más grande que nuestra región de Antofagasta- y, además, pobre. Pero su grandeza moral y política la hace respetable entre las naciones y amada por los pueblos. Su tenacidad como nación y una lúcida dirección política, han convertido a Cuba en un baluarte de la medicina y la investigación científica. Sus laboratorios trabajan en cooperación con China en la búsqueda de una vacuna contra el Covid-19. El prestigio de su medicina le ha permitido una vez más acudir en ayuda de otros pueblos para combatir la pandemia.
Un enemigo mortal de Cuba como Trump, multimillonario en dólares pero indigente en ideas y principios, no podrá derrotar a la revolución cubana. Ya lo intentaron todos los presidentes de EE.UU. desde hace 60 años.
El internacionalismo inclaudicable de Cuba es una enseñanza para nosotros que marchamos a la zaga de sus niveles de conciencia colectiva.
Su ejemplo permite suponer que en el futuro la cultura universal se basará en los principios humanistas que hoy proclama esa luminosa isla del mar Caribe.
Manuel Cabieses D.
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