Un mundo multipolar: entre el orgullo y la vergüenza
Muchas veces nos enfocamos más que todo en los aspectos concretos y materiales de la vida política, económica y social, dando menor importancia a los aspectos espirituales y afectivas de la vida. Sin embargo, esos aspectos de la vida de los pueblos y las sociedades pueden tener un impacto decisivo en el desarrollo de los acontecimientos mundiales y las relaciones internacionales.
El compañero Héroe de la Paz Brian Wilson, veterano de la guerra de Estados Unidos contra el pueblo de Vietnam, habla de la incapacidad emotiva de la sociedad estadounidense de enfrentar la vergüenza de su sangrienta historia racista e imperialista. Y este comentario de Brian tiene que ver mucho con el progresivo colapso del poder, prestigio e influencia de Occidente.
La crisis de Occidente se debe en gran parte a la incapacidad de sus sociedades de enfrentar, aceptar y asimilar la vergüenza que se sienten consciente o inconscientemente por sus siglos de crímenes contra la humanidad. Esta falla fundamental de parte de Estados Unidos, y por implicación, de Europa, impide a sus sociedades y sus dirigentes enfrentar de verdad su historia y su actualidad, con humildad, franqueza y sinceridad. Es una debilidad político-afectiva que mantiene encerradas a sus sociedades y gobiernos en una espiral sumamente peligrosa y desastrosa de autolesiones, adicción y fantasía que ahora los lleva no solamente a agredir a los países vulnerables sino también a sí mismos.
En relación al tema de las autolesiones, en Estados Unidos se trata de su cultura de violencia expresada en innumerables incidentes de matanzas en colegios y escuelas, del uso rutinario de la fuerza letal por las fuerzas de seguridad, de su odioso sistema de justicia penal que obliga a personas inocentes de aceptar culpabilidad porque los amenazan con muchos años de encarcelamiento y los detenidos no pueden confiar en el sistema legal. El sistema penitenciario en Estados Unidos mantiene presos a más de 2,3 millones de personas, equivalente a la tercera parte de la población de Nicaragua; es más de 20% del total de personas encarceladas en el mundo. La industria carcelaria de Estados Unidos mueve más de US$75 mil millones de dólares cada año.
Aparte de estos evidentes problemas autodestructivos, en estos países el sistema capitalista neoliberal lesiona sus sociedades porque prioriza la avaricia de las grandes corporaciones y no se enfoca en las necesidades y aspiraciones de las personas, del ser humano.
Por ejemplo, como lo ha señalado repetidamente nuestro Comandante Daniel, son las sociedades norteamericanas y europeas las que provocan los males del crimen organizado relacionado con el narcotráfico. Y está demostrado que la dependencia de las adicciones de sus poblaciones se corresponde o es proporcional a la dependencia simultánea de sus sistemas financieros sobre los fondos ilícitos. La Oficina de Naciones Unidas sobre la Droga y el Crimen (UNODC) confirmó en 2010 que el sistema bancario procesaba más de US$350 mil millones de dólares en fondos procedentes del narcotráfico.
Los grandes bancos internacionales consideran las multas a que han sido sujetos por haber lavado dinero ilícito, como un mero costo para poder hacer negocios. Cada año, los flujos financieros ilícitos de cientos de miles de millones de dólares siguen siendo una fuente importante de liquidez para el sistema bancario internacional. Estos flujos tienen sus fuentes en diversas actividades como mercados ilegales, evasión tributaria, prácticas comerciales ilegales, corrupción y los ingresos directos de la actividad criminal. Algunos estimados calculan el valor anual de estos flujos ilícitos en más de un millón de millones de dólares.
Por otro lado, las autoridades venezolanas, por ejemplo, han encontrado en repetidas ocasiones que la Agencia Antidrogas (DEA) estadounidense es meramente otro cartel más de la industria del narcotráfico. En Bolivia, el gobierno de Evo Morales logró bajar la actividad del crimen organizado después de haber expulsado le DEA del país. En México la DEA ha sido acusada en varios casos de haberse coludido con uno u otro cartel para atacar a bandas rivales. En Colombia, hace dos años, el caso del agente de la DEA José Irizarry reveló una arraigada cultura de corrupción en la agencia y de confabulación de sus agentes con los carteles colombianos. Todo esto indica la profunda crisis social y moral que el narcotráfico provoca en Estados Unidos, igual que en los países de Europa.
Acompañando a esta realidad de autodestrucción y adicción está la fantasía compartida entre las sociedades de Norteamérica y Europa de su «superioridad» moral y social y la «superioridad» de sus sistemas de economía, de justicia, de salud, de fuerzas armadas, y electorales; de sus instituciones de gobierno y de política. A pesar de toda la destrucción que sus países han infligido en el mundo durante siglos y las constantes agresiones que siguen promoviendo, las élites que dirigen Estados Unidos y sus países aliados insisten que promueven la justicia, la democracia y la libertad. Representan el clásico perfil de los narcisistas. Niegan el daño que han hecho –o, si no lo pueden negar, lo minimizan– además de buscar a toda costa esquivar la culpa por lo que han hecho, lanzando la culpa a sus víctimas. Vemos que eso ocurre en todas partes del mundo, desde Cuba, Nicaragua y Venezuela, hasta Palestina, Siria e Irán, o en Ucrania, Corea y Taiwán.
En cambio, los países líderes del mundo mayoritario como China y Rusia y sus aliados como Cuba, Irán, Nicaragua y Venezuela, fortalecen su influencia y prestigio mundial por haber podido enfrentar esa historia y por superarla con el orgullo de ser libres, soberanos e independientes. Mientras las élites corporativas que gobiernan los países de Norteamérica y Europa hunden a sus poblaciones en mayor inseguridad, pobreza y represión económica, los gobiernos comprometidos con un mundo multipolar defienden sus pueblos, reducen la pobreza y garantizan su seguridad. Así que el contraste no podría ser mayor entre el verdadero compromiso con la justicia, la democracia y la paz promovido por China, Rusia y sus aliados, y la falsa democracia hueca, la interminable agresión económica y militar de Estados Unidos y sus cómplices contra los pueblos del mundo mayoritario.
El elemento político-afectivo ha llegado a ser un aspecto importante de la realidad en desarrollo en los momentos históricos que vivimos. Estados Unidos y sus aliados siguen proyectando sobre el resto del mundo su vergüenza, producto de su historia de siglos y siglos de crímenes contra la humanidad; hacen todo lo posible por borrar, negar, minimizar y eludir esa vergüenza, pero ya no funciona. Su narcisismo choca tanto contra el orgullo de los pueblos independientes y soberanos como contra la realidad de su propia autodestrucción. Su sistema económico no es sostenible. Su sistema político es una farsa siniestra. Su sistema de justicia es una broma cruel. Su propio autoimagen es completamente falsa.
El presidente Vladimir Putin comentó en octubre del año pasado que «El mundo unipolar se va. Estamos ante un hito histórico. Se avecina la década más peligrosa, imprevisible y a la vez importante desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Occidente es incapaz de gobernar por sí solo a la humanidad, pero lo intenta desesperadamente. Y la mayoría de los pueblos del mundo ya no están dispuestos a soportarlo. Esta es la principal contradicción de la nueva era».
Y hace dos años nuestro Comandante Daniel comentó: «No crean que el Imperio solamente se pone aquí en Nicaragua a tratar de dominarnos y a lanzarnos todo tipo de mentiras, de calumnias, de infamias; también lo hacen con la Federación Rusa, que es una potencia, y lo hacen con la República Popular China, que es otra enorme potencia, y lo hacen incluso con sus aliados europeos… ¡Sí!… Están acostumbrados a no respetar soberanía, pero tendrán que aprender a respetar soberanía porque la decisión de los pueblos es defender la paz, y para defender la paz en el mundo, que tanta falta hace, es fundamental que respetemos la Soberanía de todos los pueblos, de todas las naciones, donde cada pueblo y cada nación sabrá cómo administrar su casa, sabrá cómo desarrollar programas para combatir la pobreza, la extrema pobreza, como lo hemos venido haciendo aquí en Nicaragua».
Stephen Sefton
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