¿Un nuevo reinicio mundial?

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La esperanza es como el sol. Si sólo crees cuando lo ves, nunca pasará la noche (Leia Organa). El mundo se estremeció el 24 de febrero cuando, al parecer, el final del juego se instaló abruptamente sobre la mesa.

El orden mundial basado en reglas se ha convertido en un eje clave de la creciente animosidad entre Occidente y la asociación entre China y Rusia. Hace veinte años, Beijing y Moscú expresaban cautelosas expresiones de apoyo a este orden, un reconocimiento de que el régimen comercial, en particular, era fundamental para sus aspiraciones de desarrollo económico.

Solo en tiempos recientes, esencialmente desde 2020 y con la invasión a Ucrania, China y Rusia han indicado con mayor precisión dónde y cómo el orden basado en reglas choca con sus intereses y preferencias. Los puntos clave de controversia que han surgido hasta ahora se refieren a la competencia económica, la gobernabilidad y la seguridad internacional.

Ante esta disyuntiva los líderes se encuentran ante el mismo dilema: cómo imponer un orden que se adecúe a los valores e intereses del poder dominante sin dejar de ser lo suficientemente atractivo para el resto del planeta, manteniendo los costos de su conservación dentro de límites manejables, y conciliando la prepotencia y el ansia destructiva americana con la paciencia China.

Aquí deben quedar algunos puntos claros. Tanto el enfoque americano como la agotada perspectiva europea son producto de sus circunstancias particulares, más en la actualidad. Según Henry Kissinger, en su libro La diplomacia, los norteamericanos habitan un continente protegido contra las potencias extranjeras depredadores por dos bastos océanos y fronteras con vecinos débiles, por lo que no se enfrenta en el plano territorial a ninguna potencia, pero sí de hace un tiempo a la fecha a un equilibrio de poder.

Europa, por su parte, necesitaba del equilibrio de poder desde que fracasó el sueño medieval de un imperio universal, donde de las cenizas surgieron un puñado de Estados que podrían enfrentarse entre sí, para lo que la historia demostró existen una serie resultados posibles. Un Estado se vuelve tan vigoroso que domina a los demás, y crea un imperio ante el que ningún otro es lo bastante poderoso para desafiarlo. Y el equilibrio de poderes mantiene a raya al más agresivo, y así mantiene la armonía. La última opción es la degradación, como está sucediendo en la actualidad. Primera y Segunda Guerra Mundial, o el conflicto de Ucrania son muestras de este recorrido.

Esta idea de equilibrio de poder parece natural, y la verdad es que rara vez en la historia de la humanidad ha existido un sistema de equilibrio tal, sobre todo en el continente americano y el territorio chino, al menos durante los últimos 2.000 años. Para la mayoría de la humanidad y de la historia, los imperios han sido el típico modo de gobierno. Los imperios no aspiran a operar dentro de las reglas del sistema internacional, aunque las reglas sean impuestas por ellos, porque ansían ser ellos el sistema internacional.

Y ser ellos el sistema significa ser potencia hegemónica, y al entender de Immanuel Wallerstein, generar un modelo en el que uno determina las reglas del juego geopolítico y se sale con la suya casi siempre, presión política mediante, sin tener que recurrir al uso de la fuerza activa. En realidad, todos los imperios han surgido de un liderazgo poderoso y sin restricciones logrando un dominio convincente para enmarcar sus «órdenes» ya sean persa, griego, romano, mongol, hasta el Reino Unido y los Estados Unidos; la idea multipolar, como se ve, es más compleja.

Pero los fenómenos de poder tienen ciclos, y en la actualidad hay un ciclo conservador, para ponerlo en buenos términos y no nombrarlo neofascismo o posfascista. Esta fase determina una serie de componentes mundiales y latinoamericanos diferentes al ciclo progresista de principios de la centuria, con un mundo diferente, con disímiles retos y, quizá lo peor, como emergente en un neoliberalismo fracturado.

Si bien el enfrentamiento entre China y EE.UU. es claro y disparejo por el momento, lo más interesante del ciclo fascista 2.0 emergente de las políticas neoliberales radica en sus consecuencias que, al entender del filósofo francés André Comte-Sponville, proponen una insensatez económica y de poder debido a las alteraciones de la jerarquía entre los órdenes que estructuran nuestra sociedad. Los órdenes son: ético, moral, político y técnico-económico, que deben seguir esa jerarquía desde el punto de vista de los valores. Si esta se modifica o se cambia el orden se altera y con ella las líneas de decisión.

El orden ético se guía por el amor, el moral por el deber ser, el político por el poder y el económico por las ganancias. Alfredo y Eric Calcagno, en el libro Para entender la política, basa su interpretación en que estos órdenes tienen su lógica de articulación y no reconocen límite de funcionamiento interno. Es decir, la economía puede, dentro de su orden interno, permitir la usura, sobornar, evitar la competencia, explotar trabajadores, evadir impuestos, etc., todo con el afán de maximizar las ganancias o minimizar los costos.

Pero, técnicamente, en cualquier sociedad el orden superior, desde el punto de vista de los valores, debe ponerle limite a los inferiores, es decir, que, debería ser imposible que ética, moral y políticamente se acepte que la economía pueda mandar a la miseria a la mayoría de la población, concentrar el ingreso o deteriorar el medio ambiente. Esto solo puede ocurrir si la economía está por encima de la ética, la moral y la política, ya que sería éticamente inaceptable, moralmente inadmisible y políticamente incorrecto que sucediera. La política en algunos lugares perdió el ímpetu revolucionario de cambiar las reglas del juego. Esta pérdida está arrastrando a regiones enteras a luchar contra lo pésimo o lo menos atroz, en lugar de guardar una esperanza por lo óptimo, por lo que, gracias a la alteración de los órdenes, el fascismo revivió.

El periódico Público, de España, da una buena señal sobre esta idea. En artículo sobre china y medio oriente dice “La política cero covid del presidente Xi Jinping quizá salvó cientos de miles de vidas, pero puso a la economía y la sociedad chinas al borde del precipicio. Este retroceso en el comercio y el suministro de tecnología de punta fabricada en China también golpeó a las finanzas internacionales, ya dañadas por la pandemia y torpedeadas después por la guerra de Ucrania”

Esta es una clara demostración que la vida humana importa mucho menos que los beneficios económicos, el comercio y las finanzas. Quizá se salvaron cientos de miles de vidas, pero se destruyó la economía, lo que implica que el establishment no considera que la economía este diseñada para mejorar los niveles de vida a los miembros de una sociedad, sino dirigida a obtener ganancia, a costa de la vida misma. Una simple pandemia no puede inhabilitar o poner en riego el mecanismo de apropiación del ingreso de los más poderosos. Este discurso es el mismo utilizado por la ultraderecha en Argentina o Brasil, aislar y cuidar a la población es apuñalar las ganancias.

Las diferencias entre ambas potencias trascienden de lejos el tema comercial y el económico porque ambos están insertos en una disputa de hegemonías por el control de las tecnologías del siglo XXI. Pero si algo ha demostrado el establishment poscoronavirus es que tiene imaginación de sobra para buscar alternativas rimbombantes, y “El Gran Reinicio”, propuesta del Foro Económico Mundial para reconstruir la economía de manera sostenible tras la pandemia es la nueva elección de salvación para mantener y sostener la concentración.

Y, como frecuentemente sucede con las teorías de esta índole, suelen basarse en una premisa que, por lo menos en un principio, eran cierta. Por ejemplo, la pandemia es una gran oportunidad económica, y vaya que lo fue. Eso sucede con el Gran Reinicio: se trata de una propuesta para reconstruir la economía de manera sostenible. En general, busca reiniciar el capitalismo, pero de una manera bastante ambigua, donde sus medidas a primera vista parecen vacías, realizada por el poder real con propuestas que abogan por luchar contra el cambio climático de la manera más hipócrita posible, como llegar a Davos para proponerlo en jets privados. O sea, por detrás está el Foro de Davos, el G7, BlackRock, Vanguard, Citybank, Bank of America, etc.

La premisa de impuesto sobre el patrimonio, poner fin a los subsidios a los combustibles fósiles, potenciar las energías renovables, cuestiones relacionadas con la tecnología, el cambio climático, el futuro del trabajo o la seguridad internacional, etc., nada que mencionar acerca de la concentración del ingreso o su distribución. Las ideas del Gran Reinicio son similares a las que circulan desde la década de los años 1960, cuando se hablaba del Nuevo Orden Mundial, pero en este nuevo orden la potestad de colocar las reglas y de violarlas siempre las tiene el mismo, solo que ahora es más pendenciero, provocador y agresivo, o sea, más fascista.

La globalización en la cual hemos estado instalados es absolutamente ineficiente y debería de cambiarse a regionalización. No tiene sentido que China fabrique para todo el mundo, esa es la idea. La unión China-Rusia es un problema, los Brics +, la OPEP +, La Organización de Cooperación de Shanghái, la Ruta de la seda, los bancos alternativos al FMI, BM, son un problema. Europa necesita cada vez más materias primas para la transición energética, en especial Alemania, que EE.UU. sabotea todo el tiempo. UE-Ansean, Mercosur, UE, son acuerdos básicos sobre materia primas intermedias para la sustitución energética. No hay Gran Reinicio, ni un nuevo orden mundial, solo es lo mismo más peligroso y concentrado.

Alejandro Marcó del Pont

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