Una disputa política con AMLO

Hasta donde la memoria de este redactor llega tras casi medio siglo de brega en las tareas reporteril, de la edición (cinco años más tarde) y el comentario, no hubo en México una movilización, en este caso una caminata y traslado en camión de cinco centenares de víctimas de la violencia, pero sobre todo de dirigentes y figuras de los organismos no gubernamentales, independientes de los tres poderes de la Unión.

Pero parte de ellos vinculados a corporativos empresariales como Kimberly Clark, que tuviera tan extraordinaria cobertura mediática antes, durante y después de realizada el pasado fin de semana la Caminata por la Verdad, Paz y Justicia, de Cuernavaca a la Ciudad de México.

Normalmente sería motivo de regocijo la apertura del oligopolio mediático a las causas de los familiares de las cientos de miles de víctimas de la violencia del crimen organizado y de las instituciones encargadas de velar por la seguridad pública.

Por desgracia lo anterior no es debido a una apertura de quienes hicieron de la nota roja el vehículo noticioso preferido para mantener mejores niveles de audiencia en sus noticiarios y de las telenovelas un medio para rendir culto a la subcultura del crimen organizado.

El súbito interés del oligopolio mediático y de sus propietarios, la mayoría provenientes o vinculados al medio centenar de los propietario de México, en las nobles y legítimas causas de las víctimas (de secuestro y asaltos, heridos y desplazados) y sus familiares, podría tener como explicación más allá del dolor humano que intelectuales orgánicos como Leo Zuckermann y Denise Dresser lo sobreactúan al aire, razones y motivos más políticos y terrenales.

Aparte del respetable dolor de todos los mexicanos que sufrieron pérdidas humanas –incluidos Javier Sicilia y Julián Lebaron, pero no sólo ni principalmente– resulta apabullante el interés del duopolio de la televisión por enaltecer y proyectar la figura de este dúo y su agenda política en contraposición y disputa con la del presidente Andrés Manuel.

Están en su pleno derecho el dueto, sus aliados de los organismos no gubernamentales pero sí patronales, y los patrocinadores que no dan la cara o se travisten en adoloridos por las pérdidas sufridas por el prójimo. También tienen el mismo derecho sus oponentes a criticarlos, exhibirlos como lo hizo López Obrador en la mañanera del viernes 24 como “conservadores” (que lo son), “hipócritas” (también), “momias” porque en el pasado callaron ante los desmanes de Genaro García Luna y Felipe Calderón y su “guerra contra el narcotráfico”, juicio que no es pertinente en el caso LeBaron-Cicilia, aunque sí lo es en cuanto a sus aliados Isabel Miranda Torres, María Elena Morera y Alejandro Martí.

Salvo su mejor opinión, estamos ante una disputa política –envuelta en papel de regalo para presentarla como humanitaria– por la agenda nacional que desde tiempo ha fija López Obrador como candidato presidencial triunfante, presidente electo y constitucional.

Disputa que le hará muy bien a la vida política si las cartas se ponen sobre la mesa, se proyectan los liderazgos de Javier y Julián desde la mediocracia sin manipular causas legítimas y respetables dolores humanos, presentándolos como héroes nacionales porque las oposiciones partidistas no forjaron dirigentes respetables. También ayudará a la contienda y el debate eludir al máximo las descalificaciones que, según el colega Pedro Miguel, inició el poeta hace nueve años y éste aprende a llamarle a Obrador como lo que es: presidente. ¿O es mucho pedir?

Eduardo Ibarra Aguirre

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