Venezuela – Realidad ficticia y realidad real del antichavismo

El antichavismo -tanto el profesado dentro como el profesado fuera de Venezuela– parte de una convicción que se pretende universal, única y, por ende, verdadera.

Dicha convicción, como lo muestra la historia reciente del país, se sustenta en los prejuicios inculcados, legitimados y divulgados por los sectores dominantes de la sociedad venezolana, los cuales apenas han sido matizados por el tiempo; todos centrados en negar la condición humana y el acceso amplio a la democracia de los sectores populares. Siendo ello cierto, a los grupos antichavistas les anima un espíritu revanchista, deseosos de revertir, por cualquier vía a su alcance, la realidad trastocada bajo el influjo del presidente Hugo Chávez que le da al pueblo la posibilidad de ser el sujeto histórico de su emancipación integral en vez de resignarse a la soberanía retórica a la que se le acostumbrara durante la hegemonía bipartidista del pacto de Punto Fijo.

De esta forma, la oposición ha echado mano de los terrores atávicos que fueran alimentados y difundidos por medio de la gran industria ideológica de Estados Unidos para contener el avance del comunismo, en muchos casos con la abierta complicidad militante de la alta jerarquía católica (como se constató en pleno apogeo de las dictaduras del cono sur de nuestra América), lo que convirtió cualquiera referencia a la revolución bolivariana o al socialismo en blanco de anatemas, rechazos y odios, a pesar de contemplar el bienestar general de las venezolanas y los venezolanos. Esto se exacerbó más cuando la clase gobernante estadounidense percibió que sus intereses peligraban en la amplia región sudamericana de expandirse la influencia de los cambios revolucionarios suscitados en Venezuela, por lo que propició el golpe de Estado de 2002, así como el sabotaje petrolero, con la intención nada disimulada de acabar con esta experiencia.

Desde entonces hasta ahora, la derecha local (orientada y respaldada por sus mentores del exterior) se ha empeñado reiteradamente en convencer a la opinión pública que sus propios intereses están asociados a los del pueblo venezolano, así como al altruista deseo de recuperar la economía, la democracia y la independencia del país, de lo cual acusan a una supuesta dictadura que le permite maniobrar sin muchas limitaciones, pese a los flagrantes delitos cometidos, conformando éstos, en muchos casos, delitos de lesa humanidad y de traición a la Patria. Los hechos ocurridos en esta última década desmienten totalmente este supuesto deseo. En medio de ello, la oposición diseñó a su medida una realidad ficticia donde sus representantes son los máximos héroes mientras que los chavistas representan todo lo malo que pudiera existir sobre la faz de la Tierra, tan al gusto de los imperialistas gringos al auto atribuirse la condición de defensores de la libertad y endilgarle a sus rivales la odiosa tendencia de causar pobreza, represión y destrucción a granel. Visto tal escenario, la derecha estaría exenta de responsabilidad de todo bloqueo económico, de toda amenaza de invasión militar gringa, de toda intolerancia política y de toda la violencia y las muertes causadas en estos últimos años, pues su simple intención de sacar del poder al chavismo justificaría cualquier acción que se ejecute por lograrla.

Esta realidad ficticia, afincada mayormente en las razones especialmente particulares de quienes la crean y la creen, choca, sin embargo, con la realidad real del país, con un pueblo que ha soportado estoicamente, aparentemente sin mucho razonamiento ideológico de su parte, las estocadas mortales de la dirigencia opositora. Esta realidad -grandemente ininteligible para los enemigos del gobierno- conforma una enorme barrera ante la realidad irracional que éstos aspiran instituir en Venezuela, con lo que tendrían que admitir, como cosa mínima, que les tocaría en suerte coexistir con ella y asumir, de verdad, un mejor papel del hasta ahora representado, en sintonía con los intereses compartidos de la mayoría de los venezolanos y las venezolanas.

Homar Garcés

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