Venezuela y Maduro en la globalización

En la acelerada escalada de acciones contra Venezuela para descabezar la revolución bolivariana no parece que haya improvisaciones y la forma en que se están ejecutando da la impresión que no encuentran cómo encubrir lo que pretenden hacer.

Fracasados intentos anteriores de derrocar el gobierno de Nicolás Maduro e impelidos por un evidente retroceso de la oposición frente a un avance en la consolidación de la revolución por novedosas medidas para salir de la crisis económica, comercial y financiera creada artificialmente, era imposible esperar a que madurara una nueva coalición de las fuerzas adversarias al chavismo.

La cuestión fundamental que motiva acelerar una caída de Maduro es que Venezuela es pieza clave de una geoestrategia que se sale de los límites continentales, muy abarcadora, para liderar cambios estructurales profundos en un sistema de producción con signos de agotamiento por la violenta concentración del capital que reduce sus posibilidades de sobrevivencia.

Es evidente a todas luces la colusión de las ideologías imperialista y sionista que se las han arreglado para ir reacomodando a su imagen y semejanza puntos clave de la geografía en algunos de los cuales hay todavía grandes batallas, como en casi todo el Levante con Siria y Palestina a la cabeza, o gobiernos progresistas que han resistido el embate, que es el caso de América Latina.

La Venezuela bolivariana no puede subsistir en ese planteo estratégico, no solamente por ser el primer reservorio de petróleo en el mundo y de otros minerales estratégicos, sino por el sentido bolivariano de su gobierno, su ejemplo de resistencia y la fidelidad de sus fuerzas armadas a los principios de independencia y soberanía. Lo mismo ocurre con Cuba, su gran espina clavada en la garganta, y con la Nicaragua sandinista y la Bolivia de Evo Morales.

En la visión de Estados Unidos y Tel Aviv el golpe perpetrado en Brasil al arrebatar la presidencia a Lula encarcelándolo y colocando a un político de derecha como Jair Bolsonaro, pasando por avances de la derecha conservadora en Colombia, Perú, Argentina, Chile y otros pocos países, no es suficiente si no se apoderan de Venezuela.

El fracaso de la oposición y sus graves errores como desactivar la Asamblea Nacional y provocar su declaración de desacato, o la no participación de tres partidos en las elecciones presidenciales ganadas por Maduro, activó los planes contra Venezuela, y no hay por qué dudar que fueran ultimados directamente por ambos estados, como han sugerido algunos analistas.

De ese contubernio nació Juan Guaidó, un hombre insulso, oscuro, sin rostro ni rastro político, tal como les hacía falta a sus creadores en vista del desgaste de sus antecesores. El lobby judío, con todo su reconocido poder, está presente en el trajín contra Venezuela, sostienen varios expertos.

A Trump, entretanto, le importa poco proclamar ante el mundo que pone al frente de los asuntos de Venezuela ni más ni menos que a un criminal de guerra convicto y sentenciado a prisión como es Elliot Abramas, famoso por su actuación mercenaria en el caso Irán-Contras en Nicaragua, y en el fracasado golpe de Estado de febrero de 2002 contra el presidente Hugo Chávez.

El asunto es que al mandatario estadounidense le interesa contratar a una mano mercenaria porque ya no hay ocultamiento, ni figuraciones diplomáticas, ni nada relativo a la ética, y menos acatamiento al Derecho Internacional, a la Carta de Naciones Unidas ni a todo lo que signifique respeto a la no intervención y a la soberanía plena de los estados.

La provocación con el reconocimiento declarado de gobiernos de varios países, incluidas España y el Reino Unido, a un personaje sacado de la nada e ilegítimamente proclamado ‘presidente por encargo’ por Estados Unidos, está montada.

Dependerá del gobierno de Donald Trump y sus seguidores lo que pueda suceder de ahora en adelante. A la comunidad internacional le corresponde parar la mano a los agresores.

Luis Manuel Arce Isaac

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