Washington, Pekín y el Japón de 1980

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El gobierno estadounidense de Donald Trump está buscando por todos los medios debilitar a la República Popular China como lo hizo la administración de Ronald Reagan durante la década de 1980 contra Japón, pero las circunstancias y las condiciones económicas-políticas son completamente diferentes.

Hace aproximadamente un año Trump comenzó a apretar las tuercas contra China: aplicó impuestos aduanales a diferentes productos; presiones para sacar compañías norteamericanas del gigante asiático; “sanciones” a empresas y funcionarios; la acusó de expandir la Covid 19  y cerró un consulado de esa nación.

Asimismo, impuso restricciones de visa a empleados de compañías tecnológicas como Huawei y puso a 11 entidades chinas en su lista negra económica por supuestas violaciones a los derechos humanos en la región de Xinjiang.

El trasfondo de esa agresividad se debe al miedo que padecen los representantes del régimen estadounidense al ver cómo China amenaza su hegemonía mundial que ha mantenido desde la caída de la extinta Unión Soviética.

Cuando se analizan los datos, vemos que Beijing ha logrado, como nunca antes en la historia moderna, un crecimiento tan rápido que lo han llevado a pasar del 2 % del Producto Interno Bruto (PIB) mundial en 1980 al 20 % del orbe en 2019.

Con toda seguridad se puede afirmar que el decadente imperio estadounidense nunca se ha enfrentado a un competidor tan fuerte en las esferas económica, política, social, tecnológica y hasta militar.

A semejanza con lo que ocurrió con Japón en la década de 1980, una fuerte campaña se ha lanzado contra China para demonizarla.

Recientemente, el secretario de Estado Mike Pompeo en un discurso en la biblioteca Richard Nixon, arremetió duramente contra su oponente al expresar: “Nosotros, las naciones amantes de la libertad del mundo, debemos inducir a China a cambiar de manera más creativa y asertiva, porque las acciones de Beijing amenazan a nuestro pueblo y nuestra prosperidad”.

Para entender lo que ocurre en la actualidad hay que conocer los antecedentes de lo sucedido contra Japón, país que en la década de 1980 ya contaba con un gran auge económico (segunda a nivel mundial) y en Estados Unidos lo veían como una amenaza que pudiera sobrepasar su poderío.

La cadena de televisión CNN señala que al igual que ahora contra China, comenzaron a publicarse innumerables artículos sobre una “japonización de Estados Unidos” o un “Pearl Harbor económico” a medida que las compañías japonesas compraban empresas norteamericanas.

En esa línea política, legisladores y comentaristas advertían sobre un creciente déficit comercial entre los dos países, y se quejaban de que las firmas japonesas robaban propiedad intelectual del país y sacaban ventaja de acuerdos comerciales injustos.

La llegada del republicano Ronald Reagan a la Casa Blanca en 1981 resultó esencial para presionar a Tokio a abrir su mercado a las compañías estadounidense y reducir el desequilibrio comercial entre ambos países.

Tras los criminales ataques con bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos contra Hiroshima y Nagasaki que costaron la vida a decenas de miles de civiles, Japón quedó dependiendo económica y políticamente de Washington, situación que se ha prolongado por los años, lo cual impidió que se enfrentara a los dictados de esa nación.

Congresistas y senadores comenzaron a proponer demandas y leyes comerciales para doblegarlo. En 1985 lograron que cinco países (Estados Unidos, Alemania Federal, Francia, Reino Unido y Japón) firmaran el llamado Acuerdo Plaza, mediante el cual se devaluaba el dólar frente al yen y al marco alemán que permitió a Washington aumentar sus exportaciones y reducir su déficit comercial con las naciones de Europa occidental.

Ya a mediados de 1986 las exportaciones y el crecimiento japonés sufrieron un fuerte deterioro cuyas primeras consecuencias fueron motivadas por el Acuerdo Plaza.

No obstante, la Casa Blanca junto a varios ultra conservadores continuaron cerrando el cerco contra Tokio y en 1987 se le impuso aranceles del 100 % sobre las importaciones provenientes de la nación del Sol Naciente, por un valor de 300 millones de dólares.

De esa forma, las mercancías niponas estaban prácticamente impedidas, por su alto costo, para entrar en el mercado estadounidense.

Con el aumento progresivo del valor del yen, se encarecían drásticamente las mercancías niponas, las que dejaban de adquirir otras naciones para buscar abastecedores más baratos. El Banco Central japonés intentó mantener a la baja el valor del yen, se creó una burbuja en los precios de las acciones y el país entró en una recesión que duró más de 10 años, y aun padece los síntomas.

No es una casualidad que a finales de los años 80 cuando Donald Trump comenzaba sus incursiones en la vida política, hablara en un programa de televisión que Japón “ha chupado la sangre de Estados Unidos sistemáticamente. Eso es un problema que va a empeorar”.

Tampoco es una eventualidad que Robert Lighthizer, uno de los asesores comerciales de Trump, haya participado en las presiones y negociaciones con Japón en los años ochenta.

Pero será difícil que la China de 2020, (poderosa segunda potencia mundial con grandes posibilidades de convertirse en unos años en la primera del orbe) pueda ser tratada por Estados Unidos como la Casa Blanca lo hizo con Japón a mediado del siglo pasado.

Los dirigentes chinos conocen perfectamente esa historia, saben cómo esquivarla para bien de su pueblo y de otras naciones que desean un mundo multipolar.

Hedelberto López Blanch

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