El mundo en la picota: arruinando la economía desde 1970
La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder (Eduardo Galeano)
La economía capitalista desde 1974 en adelante, solo para poner un año de referencia, se asemeja mucho a la leyenda japonesa del espíritu Aka-Manto, un espectro que aparece en lugares públicos para darle a elegir a sus víctimas entre dos papeles: uno azul y otro rojo. Si la víctima selecciona el papel rojo, Aka-Manto procederá a cortarle el cuello con un cuchillo hasta teñir su ropa de rojo con la sangre de la víctima. Si se elige el color azul, el espíritu lo estrangulará hasta la muerte, logrando con ello que su rostro y piel adquieran la misma coloración azul del papel. El mundo no ha podido escoger otro color, y cuando tímidamente lo hizo entre tenues gamas de grises, la consecuencia fueron las mismas, la muerte. Al parecer la única posibilidad de sobrevivir sería indicarle al fantasma que en economía no se necesita papel alguno para el juego, se puede elegir otro pasatiempo donde no siempre los trabajadores y los pobres sean víctima o mártires.
Casi todos los indicadores desde 1974 a la fecha tienen la misma lógica que la comparación entre productividad y salario real de Estados Unidos mostrada en el cuadro. Desde 1979 a 2022 la productividad creció un 69.6%, mientras que los salarios por hora lo hicieron en un 11.3%, es decir, 6.15 veces menos que la productividad. ¿Quién se quedó con la diferencia? Si el indicador fuera el salario real, (descontándole la inflación) el salario ha estado más congelado que Wall Disney durante los últimos 43 años.
La productividad mide cuánto ingreso total se genera en toda la economía. El salario se define como la compensación promedio de los trabajadores, la referencia apropiada sería el “salario medio de los trabajadores”, aproximadamente el 80% de la fuerza laboral estadounidense. Como muestra la figura, los salarios de estos trabajadores aumentaron junto con la productividad desde 1948 hasta finales de los años setenta. Pero eso no sucedió por casualidad, ocurrió porque se adoptaron políticas específicas con el objetivo intencional de distribuir ampliamente los beneficios del crecimiento entre las clases capitalista y los trabajadores. Cuando se abandonó estos objetivos político intencionales, a finales de los años 1970 y después, los salarios y la productividad divergieron.
La coyuntura actual se parece a la de los años setenta, pero se ha desmejorado de manera inhumana desde entonces. La economía está saliendo de dos crisis, 2008 y la pandemia de 2020, como lo hizo durante la estanflación (recesión con inflación) de los años setenta, idéntica definición en la actualidad. Pero si bien la inflación se aceleró, ha sido notoriamente menor a la crisis del petróleo de mediados de setenta, como muestra el cuadro, aunque el crecimiento ha sido peor. La energía si tuvo un fuerte aumento como muestra el gráfico, pero a diferencia de los setenta, la eficiencia en su gasto, apoyada en terribles políticas energéticas de austeridad, incrementos de la tasa de interés que congelaron la demanda, llevó a que los efectos fueran menores a las de los años setenta.
Evolución precio del barril de petróleo a valores 2010
Otro punto a tener en cuenta por su similitud con la actualidad es que la estanflación de los setenta coincidió con la primer ola global de deuda. Entre 1960 y 2020 hubo cinco recesiones globales, 1975, 1982, 1991, 2009 y 2020, según los estudios del Banco Mundial (véase Recesiones Globales), la deuda pública aumentó entre 4 y 15 puntos porcentuales del PBI durante los cinco años posteriores a estos eventos. Es decir, las deudas estatales aumentaron un 4% del PBI entre 1975-1980, en 15% entre 1982-1987, 9% entre 1991-1996 y 4% entre 2009 y 2014, para cerrar con un 100% en un año para el 2020. Pero lo importante es que durante el fin de los años setenta y los ochenta, los niveles de deuda de América Latina explotaron, condenándola para el futuro en un sistema de endeudamiento perfectamente diseñado. A cada recesión la caída fue mayor, la salida más tardía y las perdidas más intensas y sostenidas, y la concentración del ingreso más notoria. Esta lógica llevó a la recomposición de esta extraña ecuación donde, desde los años sesenta en adelante, los salarios se estancaron, la inflación se elevó, la pobreza aumentó y la riqueza se concentró de manera desmedida.
Todo va de la mano. Las bajas tasas de interés permitieron que los petrodólares fueran prestados como deuda a economías en vías de desarrollo en la primera ola de deuda, que se aceleró en 2010 con la cuarta ola que, hasta antes del 2020, significó el más amplio y rápido aumento de deuda de las economías de mercados emergentes de los últimos 50 años, especialmente en América Latina y los países de bajos ingresos. Si bien las similitudes son preocupantes, las diferencias llaman más la atención que las semejanzas. En el trascurso de estos 43 años sucedió algo que modifico la ecuación. Las materias primas subieron menos que en los setenta, pero deberían de haber alentado a los países exportadores de petróleo y alimentos del sur global a tener un mejor pasar, y no lo hicieron. Deuda, inflación, congelamiento salarial, beneficios por productividad y concentración del ingreso aumentaron la degradación económica de las sociedades.
A partir de finales de la década de 1970, los formuladores de políticas comenzaron a desmantelar todos los baluartes políticos que ayudaban a garantizar que los salarios de los trabajadores crecieran con la productividad. Se toleró el exceso de desempleo, disciplinando los salarios para mantener bajo control cualquier posibilidad de inflación. Los aumentos del salario mínimo se hicieron cada vez más pequeños y raros, y en algunos casos completamente desfasados. La legislación laboral no logró seguir el ritmo de la creciente hostilidad de los empleadores hacia los sindicatos. Se redujeron las tasas impositivas sobre los ingresos más altos, y fueron eliminadas políticas fiscales progresivas, como quienes más ganan, pagan más. Desregulaciones contra los trabajadores –desde la desregulación de las industrias del transporte por carretera y de las aerolíneas hasta el retroceso de la política antimonopolio, el desmantelamiento de las regulaciones financieras y más – tuvieron éxito una y otra vez.
En esencia, las decisiones políticas adoptadas para suprimir el crecimiento salarial impidieron que el crecimiento salarial potencial, impulsado por el aumento de la productividad, se tradujera en un crecimiento salarial real para la mayoría de los trabajadores. El resultado de este cambio de política fue la marcada divergencia entre la productividad y el salario medio de los trabajadores que se muestra en el gráfico. Una aumenta de manera desmedida mientras la otra se mantiene estable.
Después de 1979, la productividad creció a un ritmo significativamente más lento en comparación con décadas anteriores. Pero como el crecimiento salarial del trabajador medio se desaceleró aún más, surgió una gran brecha entre productividad y salario. La creciente fisura en medio de una desaceleración del crecimiento de la productividad nos dice que, el mismo conjunto de políticas que suprimieron el crecimiento salarial para la gran mayoría de los trabajadores durante los últimos 43 años, también estuvieron asociadas con una desaceleración del crecimiento económico general. En resumen, el crecimiento económico se volvió más lento y más radicalmente desigual.
Una cosa es clara, si los costos están congelados y los precios aumentan, quien se queda con los beneficios son quienes obtuvieron las mayores ganancias desde la década de 1980. Se llama rentabilidad. Costos laborales estables, costos estables de los bienes intermedios y precios de los productos exorbitantes, la diferencia está en los beneficios. Pero esta idea se ha ido madurando durante todos estos años. Pérdidas de beneficios, flexibilización laboral, pérdida del poder de compra, hace que en la actualidad el desempleo no sea un problema, sino el valor del salario. Los asalariados son pobres.
Las políticas monetarias apuntan a bajar la inflación y reconstruir reservas ante la falta de crédito por el ahogo de la deuda dado los aumentos de la tasa de interés. Las políticas fiscales son presas de la austeridad para bajar subsidios y beneficios y no brindar incentivos a la producción, sólo pagar las deudas. El mundo se acostumbró a que los pobres sigan pobres y los ricos tengas facilidades crediticias y fiscales para poder generar trabajos con menores sueldos, más flexibles, sin aportes, o directamente marginales.
La creciente brecha entre la productividad y el salario típico de los trabajadores es que los ingresos van a todas partes excepto a los sueldos del 80% inferior de los trabajadores. Si no termina en los bolsillos de los trabajadores, ¿adónde se fue todo el crecimiento del ingreso que implica la línea de productividad creciente?
Los multimillonarios aumentaron su riqueza en 3,9 billones de dólares entre el 18 de marzo y el 31 de diciembre de 2020, y los 10 más ricos experimentaron colectivamente un incremento de 540.000 millones de dólares, según Oxfam. Los multimillonarios han tenido una pandemia increíble, los diez más ricos duplicaron su patrimonio y 160 millones de personas han caído en la pobreza durante la COVID-19. Pero no fue la pandemia, sino el modelo creado desde fines de los setenta. El mismo que a cada paso, cada año, arroja una mayor pobreza sin dar solución alguna a los problemas sociales. Así nace, se reproduce y crece el tsunami fascista, si nadie da soluciones, ¿quizás ellos sí?
Lo extraño es que queda claro quien se quedó con la productividad de hacer un vaso. Y después de hacer 10 vasos con el mismo personal, o menos, y en menos tiempo, con el mismo salario, pero con un precio por vaso 10 veces mayor. Bienvenidos a la estanflación de los setenta, menos crecimiento, más inflación, deuda ilimitada, menos Estado, menos salarios y con el Estado del bienestar en franca desintegración. Todo este orden es aceptado y no cuestionado, todo sea por admitir las responsabilidades de los compromisos asumidos, aunque los hijos también son compromisos y quieren comer, pero eso es otro capítulo.
Alejandro Marcó del Pont
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