De la sombra brota la luz

Tantos analistas no deben de andar descaminados, barrunta uno tras compulsar un turbión de textos que describen las circunstancias actuales en el “planeta azul” que nos cobija. Una miríada de observadores, no en exclusivo marxistas o radicales de izquierda, coinciden en la proximidad de un nuevo crack del régimen aposentado en los cuatro puntos cardinales.

Algunos de los “augures” -entre ellos, los citados por Richard Drew, articulista de la AP- apartándose de predicciones generales acerca de la formación que defienden –“vade retro, socialismo”- se centran en ángulos dizque particulares, solo que el rimero de ejemplos que brindan nos permite arribar a la conclusión de que “algo huele a podrido en Dinamarca”, como repetiría Shakespeare si se refiriera hoy al capitalismo. Para ellos, verbigracia, “el hundimiento de los mercados de valores en el territorio bajista -caracterizado por una caída sostenida del 20% o más desde su pico reciente- podría empeorar en 2019. Así lo sostienen varios expertos consultados por CNBC, que señalan como principales factores de riesgo la posibilidad de que la Reserva Federal (Fed) aumente aún más las tasas de interés o la incertidumbre en torno a las futuras relaciones comerciales entre Washington y Pekín”.

Mark Jolley, de CCB International Securities, considera que “lo peor está por venir”. Explica que, con otras dos de las aludidas alzas, “a las empresas les será cada vez más difícil pagar sus deudas, lo que provocará el incumplimiento o la degradación de una porción de ellas. La debilidad en los mercados de crédito se extenderá a las acciones”, y “esta situación afectará sin duda a sectores de alto crecimiento, como el de la tecnología”. Por su lado, el jefe de Economía y Estrategia de Mizuho Bank, Vishnu Varathan, “estima que los inversionistas tienen menos razones para ser optimistas, ya que el ajuste de la política monetaria de la Fed significa que habrá menos dinero para las inversiones”. Finalmente, Vasu Menon, vicepresidente de Gestión de Patrimonios de OCBC Bank, apunta a las incertidumbres en el trasiego de mercancías, pues, aseveró en su momento, “aunque la guerra arancelaria entre EE.UU. y China quedará en pausa hasta primeros de marzo, aún es pronto para saber qué sucederá después”.

Como era de esperar, los hay que ahondan hasta las causas primigenias. En Anticapitalistas en Red, Carlos Carcione nos recuerda los síntomas por los cuales desde organismos internacionales, como el neoliberal FMI, hasta la mayoría de los investigadores “que sostienen al capital” trocaron sus pronósticos positivos sobre la marcha de la economía mundial, realizados hace muy poco, “por el presagio de una nueva recesión y crisis con horizonte hacia el 2020”. Coincidiendo con las demás en que los constantes incrementos de la tasa de interés de la Fed hicieron caer los valores de las acciones de las corporaciones y terminaron de instalar un extendido sentimiento de inseguridad en las capitales financieras internacionales, la fuente califica de alarmas encendidas la deuda pública y la privada, en especial la de las grandes transnacionales; el progresivo proteccionismo, expresado en primer lugar en la guerra comercial detonada por los Estados Unidos contra China; y una “moderación” del despegue del PIB en el país asiático: 6,6 por ciento en 2018.

El sitio digital aludido alerta sobre la cercanía de una debacle de intensidad igual o superior a la de 2008, y aborda las razones estructurales. Dinámica objetiva que, aclara, no deviene suficiente para pronosticar con precisión el instante; “no alcanza, aunque es necesario, con comprender la lógica interna del sistema capitalista, su metabolismo. Influyen en el fenómeno y en el ritmo de su aceleración condiciones políticas y geopolíticas que son producto de la misma crisis, y que simultáneamente la retroalimentan. Dos de estas condiciones entre muchas otras son: a) la potencia antisistema del movimiento de los Chalecos Amarillos en Francia, que profundiza la polarización social mundial y se contagia por Europa y, b) la inminencia del Brexit, que tendrá consecuencias importantes no sólo para la economía británica, sino que puede desatar un efecto dominó de crisis sobre el conjunto de la Unión Europea”.

Las probabilidades de una (otra) hecatombe se encuentran en estadios equivalentes a las de 2007. “La situación de los beneficios o ganancias del sector no financiero, pero más aún del sector productivo en las principales economías, el nivel de crecimiento económico global de esas economías, la evolución de los niveles de deuda tanto pública como de las corporaciones, la marcha del comercio mundial, son entre otros los índices que auguran la posibilidad de un nuevo pico de la crisis mundial”.

Si nos remitimos con nuestro comentador al “emporio” norteamericano, tendremos que, en un estudio basado en referencias del Departamento de Comercio de los Estados Unidos, el académico chileno Orlando Caputo concluye que los dividendos del ramo manufacturero cayeron desde 2014 hasta el segundo trimestre de 2018 en el orden del 51,3 por ciento. Derrumbe similar al registrado de 2006 a 2008, previamente a la Gran Recesión, cuando alcanzó 53,3 por ciento. Ello, sin contar con elementos como el despeñadero por el que ruedan también las utilidades de la esfera de la producción de bienes durables y no durables.

Empero, el asunto no expira en lo expuesto. En relación con la economía universal, instituciones privadas y públicas corrigen sus pronósticos para peor, remarcando un enfriamiento en EE.UU., “en el marco de tasas de interés altas y que siguen creciendo”, expone Carcione. Y remata: “Esta situación se traslada al terreno de la producción. Escribe Michael Roberts en su blog [que] ‘El último informe del PIB real para el Tercer Trimestre de 2018 muestra una tasa de crecimiento anual […] del 3,5%. Sin embargo, el 2,1% de este crecimiento del PIB responde en realidad a la acumulación de inventario, es decir, bienes que no se venden. En algún momento la producción tendrá que ralentizar su velocidad para dar salida al inventario acumulado’. Algo similar ocurre con las inversiones. Está además la distorsión causada en 2018 por la eliminación de impuestos a las corporaciones y multimillonarios que no fueron derivadas a la inversión productiva, sino a la recompra de acciones de las propias empresas para mantener su cotización”.

En el mismo sentido se pronuncian centros oficiales y peritos individuales sobre el plano macro. Asimismo, los grados de deuda pública y privada sobrepasan a los alcanzados a finales de 2007 y 2008. El débito de las compañías se ha estirado exponencialmente desde 2014, al extremo de que, en el criterio de un connotado especialista traído a colación por Carcione, existe un cuantioso número de las llamadas empresas zombies, o sea, aquellas que no disponen de suficientes provechos con que pagar los intereses de su obligación acumulada, que no pueden invertir y desplegarse, y se convierten en “muertos vivientes”: alrededor del 15 por ciento de las entidades que cotizan en las principales potencias del orbe.

También se está reduciendo el intercambio, como consecuencia de la “conflagración” que Washington declaró a Beijing. Datos aportados por reconocidos técnicos dan cuenta de que en los EUA los envíos al exterior se contrajeron 1,7 por ciento. Si se expandieron en China (2,4 por ciento) es porque reflejan en no desdeñable rango el suministro excepcional de una plataforma petrolífera a Brasil, que ayudó a empujar hacia arriba las importaciones de la nación sudamericana en 18 por ciento, y compensa de cierta manera el constreñimiento de las ventas del coloso asiático (4,9 por ciento). En fin, habremos de concordar en que “la tendencia a la caída de la tasa de ganancia que se mantiene, el enfriamiento de la economía mundial, el crecimiento de la deuda corporativa hasta convertir a una parte importante de ella en insostenible, y la reducción drástica del comercio internacional, son los condimentos de lo que aparece en el horizonte como un plato muy picante, el anuncio de un nuevo capítulo de la crisis mundial”.

¿Cuándo? Bueno, si en verdad “el tiempo es un niño que juega a los dados”, al decir del clásico, lo más exactamente previsible en el asunto será reiterar, hasta el cansancio, y más allá, la indisoluble unidad de “aprietos” y rebeldía, como insiste Carcione asentándose en un trabajo de Roberts. Este, reparando en un reciente abrupto descenso de las bolsas, establecía una comparación con la recesión desatada en 1937. Que únicamente comenzó a resolverse tras un fuerte envión a la industria armamentista, y la entrada de USA en la Segunda Guerra Mundial, con las consecuencias consabidas de destrucción de capital y fuerzas productivas. Ahora, para que la analogía resulte efectiva se erigiría en importante añadir que “los diez años que van de la crisis de 1929 hasta el estallido” de la mencionada matanza generalizada “son años de convulsión política, polarización y grandes confrontaciones sociales. La Guerra Civil en España, las ocupaciones de empresas y huelgas generales en Francia e Italia, lo mismo que las huelgas en Inglaterra, son algunos de los episodios que marcaron la coyuntura igual que la segunda revolución Alemana y la China. Comprender este escenario de polarización social es fundamental para entender que la Segunda Guerra Mundial y la consolidación del fascismo […] fueron posibles luego de derrotas aplastantes de esos movimientos, luchas y revoluciones”.

Insuflando aire fresco ante la disyuntiva de “socialismo o barbarie”, entendidos hay que apuestan por que el período en que nos encontramos, con su nuevo capítulo de penurias y ahondamiento de las diferencias de clases, franquea el paso a la oportunidad de superar revolucionariamente el estado de cosas. Aplaudamos la sentencia de que el resultado de esta época se dirimirá en los grandes encontronazos por llegar, de los cuales, por cierto, la brega de los Chalecos Amarrillos constituye, en esta coyuntura, el primero de ellos, manifiesta Carcione, quien, como tantos, no debe de andar descaminado.

Eduardo Montes de Oca

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