Diego Armando Maradona: El antihéroe de Fiorito

El tuvo un don de esos que no se aprenden ni se estudian ni se manejan. Tuvo un solo amor incuestionable e incuestionado a lo largo de toda su vida, el que le dio la estabilidad que nada ni nadie más le dio: su relación con la pelota, ni siquiera con el fútbol, con la pelota.

Entre sus piernas, no importaba si era en un equipo de ligas mayores o el eterno recuerdo de la primera que tocó con los pies en una cancha de barro cuando en Fiorito y al mismo tiempo, se daba cuenta de que su madre pasaba hambre para que él comiera.

Diego Maradona fue otro tipo de Gardel argentino: quizá sea muy pronto el Gardel de otras generaciones. Una metáfora del grande, del insuperable, del mejor. Y fue el mejor porque puso su inigualable vínculo con la pelota, a lo largo de los años, al servicio de causas que le parecieron justas.

Fue el mejor, además, porque aunque su vida haya trascurrido entre lujos inimaginables para cualquiera de nosotros, también su pesadilla de fama atronadora y oportunistas, vividores y trepadores, hijos no reconocidos o reconocidos tardíamente, drogas regadas por entornos de los que nunca supo resguardarse, debilidades profundas y dolorosas como fracturas expuestas, crisis existenciales y luchas a brazo partido contra su inestabilidad emocional, Maradona se mantuvo Maradona y si se recorre su ascenso y su descenso vital, lo que lo caracterizó fue que nunca abandonó a aquella primera pelota que encontró en el origen.

Así son los mitos y él ya entró en el panteón de los grandes mitos argentinos, los que el marketing es incapaz de inventar y el coucheo ignora cómo producir. El amor popular por Maradona no es un regalo: se lo ganó él, sacando pecho, admitiendo delante de millones de personas sus quiebres y sus errores, y resumiendo su mejor bandera, su única biblia y su hoja de ruta: la pelota no se mancha.

No abundan quienes se animan a ese tipo de fidelidades desde que tienen uso de razón hasta que mueren. No fue perfecto ni fue tampoco y apenas el mejor jugador de fútbol, o el más querido, o el que más alegrías les regaló a los corazones de sus compatriotas. Fue un fenómeno surgido del pliegue del hambre y la carencia, y soportó como pudo los desafíos de tanto éxito. A su manera, se alistó entre los que fracasan al triunfar, quizá porque algunos se preparan desde su nacimiento para el éxito, pero él salió de donde se entrena a los pibes para soportar la intemperie.

Maradona fue hasta el final un hombre que supo de dónde venía. Muchas veces pareció no saber a dónde iba, arrastrado por las disputas y los celos y las ambiciones de la corte de los falsos milagros que lo rodeaba. Pero él siempre supo de dónde venía, incluso cuando el oro chorreaba por las alcantarillas de su alma. Su poética relación con la pelota y su conciencia del origen lo hicieron único. Un antihéroe argentino que parecía inmortal, ha muerto. No sé a quién llora el mundo. En la Argentina, lloramos la muerte del pibe que salió de Fiorito.

Sandra Russo

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