Diez años después de la crisis financiera

El 15 de septiembre de 2008 Lehman Brothers (LB), el cuarto banco de inversión estadounidense, se declaró en quiebra. Tenía activos por 639 mil millones de dólares y pasivos por 613 mil millones. El valor bursátil de LB se redujo a la mitad en dos días. Barclays se quedó con sus restos por 2 mil millones. Un año antes, el 9 de agosto de 2007, el banco francés BNP Paribas declaró que tres de sus fondos dejaban de aceptar retiros. En los tres había hipotecas subprime estadounidenses.

En marzo de 2008 Bear Stearns, otro importante banco de inversión estadounidense, a pun-to de la quiebra, fue comprado por J. P. Morgan contando con un préstamo de la Reserva Federal. Días después el Tesoro de Estados Unidos rescató a Fannie Mae y Freddie Mac, empresas semigubernamentales dedicadas a garantizar créditos hipotecarios.

Diez años han pasado y muchas cosas cambiaron, así como otras permanecen. Varias de las que se modificaron tienen su explicación justamente en la crisis financiera provocada por complicados créditos bancarios que, gracias a la conjunción de innovaciones financieras, comunicaciones globales en tiempo real y una supervisión bancaria en franca retirada, pudo sacudir a la economía global. La crisis estalló en el centro del capitalismo, en Estados Unidos, pero afectó al mundo entero, porque las empresas que negociaban esos complejos instrumentos operaban a escala global en dimensiones absolutamente colosales. El mundo financiero se convirtió en el centro del capitalismo planetario, ya que generaba rendimientos muy superiores a los que podían darse en la producción de bienes y servicios.

Las transformaciones que permitieron que surgiera un nuevo sistema financiero global no ocurrieron de forma aislada. Fueron parte del conjunto de reformas que se dieron a partir de los años 80 del siglo pasado y que liberalizaron los mercados, haciendo a un lado al Estado interventor, supervisor y regulador. El dominio de los empresarios que controlaban los diferentes mercados, que se expresa decidiendo la asignación de los recursos productivos de la sociedad, provocó altísimos niveles de concentración y multiplicó exponencialmente los riesgos. Parte de estas transformaciones fue que los bancos centrales abandonaran sus funciones de regulación y supervisión del sistema bancario y financiero, concentrándose en el control de la inflación. Además, se les hizo autónomos del poder político lo que impidió que funcionaran en sincronía con las decisiones de los responsables de la hacienda pública para que no se vieran afectadas sus políticas por las prioridades de quienes tenían el control del aparato gubernamental. De este modo el Estado perdió parte importante de su capacidad de gestión económica.

El predominio absoluto en la economía de quienes controlan los mercados ha generado elevados niveles de concentración del ingreso y de la riqueza. Estallada la crisis de hace 10 años, los bancos centrales y los gobiernos rescataron a empresas de diversos sectores, al tiempo que millones de personas en todo el mundo perdían trabajo, ingreso y hogar. Los rescates testimoniaron que el arreglo social que permitió reconstruir a los países después de la Segunda Guerra Mundial había terminado. La hegemonía de los nuevos grupos dominantes se benefició de la globalización, primero, y luego cuando la crisis estalló volvió a beneficiarse de los rescates.

La crisis, en consecuencia, provocó un nuevo aumento de la desigualdad. La novedad fue que buena parte de los sectores sociales que fueron golpeados por la globalización y luego por la crisis transformaron su descontento en un cuestionamiento a la política y los políticos. Esta es la gasolina con la que se ha incendiado a las democracias occidentales, cuestionadas por líderes que prometen regresar a los tiempos previos a la globalización económica. El lema de Trump: Hagamos America grande otra vez, resume esta consigna.

El mundo se ha visto sacudido por fuerzas políticas que cuestionan aspectos que pudieran considerarse importantes en el funcionamiento del modelo neoliberal. Lo que no se cuestiona es quienes detentan verdaderamente el poder, ni a quienes se benefician de su ejercicio. La política sigue al mando de los grandes grupos corporativos. En algunos países han cambiado los que gobiernan, pero los que llegaron siguen dirigiendo para favorecer a los mismos intereses. Esta es la lección más importante de lo que ha ocurrido en los10 años transcurridos desde el estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos.

Orlando Delgado Selley

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