Efecto dominó

En un lance que a algunos podría parecer inaudito, gracias a ciertos datos epidérmicos que señalan “buena” salud, el observador Peter Schiff augura una pronta tribulación fatal para el mercado de valores y la divisa estadounidense; por tanto, para la economía mundial. Teniendo en cuenta que a este señor se le considera “el profeta de la crisis de 2008”, prestar atención a sus aseveraciones devendría muestra de sentido común.

Una nota de Leonhard Foeger (agencia de noticias Reuters) nos advertía hace unos meses de que, a juicio del “claridividente”, el precio del oro explotará y el dólar será aniquilado. Ello, como parte de un nuevo crack, el cual, una década después de aquel que hizo recordar al de los años treinta del siglo XX, puede redirigir todas las miradas al antiguo patrón de trueque, para decirlo con palabras nada técnicas.

Y las predicciones no quedan ahí. El también inversionista sostiene que lo por venir será mucho peor que el sacudimiento previo, y no tendrá que ver con hipotecas inseguras, sino con la solvencia de los EE.UU., cuya administración, si opta por imprimir más dinero para pagar su deuda, seguirá inflando una “burbuja” de consecuencias catastróficas a la postre. “El dólar se va a hundir por completo y su poder adquisitivo va a desaparecer”, ha sentenciado.

Igualmente, “el precio del oro explotará porque hay compras físicas reales, y todas esas ventas de papel no pueden camuflar eso”. Schiff agregó que este fenómeno se debe a que las personas están comenzando a desconfiar de los bancos centrales y a inclinarse por otras variantes. “La alternativa real es el oro”. Afirmación tácitamente asumida, o anticipada por Rusia y China, verbigracia, empeñadas en engrosar de ingente manera la reserva del metal precioso.

Ahora, el especialista aludido no representa una golondrina solitaria empecinada en “hacer verano”. De acuerdo con fuentes de crédito, entre ellas Prensa Latina, suman varios los expertos que olfatean una (otra) recesión. Y aducen que la incapacidad de llevar a cabo transformaciones bancarias imprescindibles provocará una crisis en el sector a escala planetaria.

Verdadero colapso, como lo conceptúa el Fondo Monetario Internacional (FMI), conforme al cual la deuda global es actualmente “60 por ciento mayor que la tasa del 2008…” El organismo constata que los Ejecutivos de muchas naciones, al igual que los reguladores financieros, no pudieron ejecutar “las reformas necesarias para proteger el sistema monetario ante la actividad temeraria de banqueros y asesores”.

Se percibe la proximidad de un consiguiente pánico universal. Y con el pánico, otra hecatombe, la cual, en el “leal saber y entender” de la institución neoliberal, solo podría conjurarse enfrentando desafíos como correcciones a la relación entre deuda pública y producto interno bruto, que hoy recuerda el preludio del batacazo de 2008, y se vuelve difícil porque marcha convoyada con advertencias provenientes del ámbito petrolero, donde estudiosos estiman preludio de una debacle que el producto llegue a alcanzar los 100 dólares el barril. Recordemos que la cotización del crudo ascendió con fuerza poco antes de las tres últimas recesiones.

Por otra parte, en una reciente entrevista a un diario austríaco, el premio Nobel de Economía Edmund Phelps alertó de que el crecimiento observado en los Estados Unidos tiene las características que normalmente preceden a… precisamente una recesión. Esta, apuntó, puede desatarse con el desarrollo de la liza arancelaria contra China, así como con las probabilidades de una división de la zona euro.

Hay más

¿Más que lo planteado hasta el presente? Pues sí. Baste la lectura de un extenso y enjundioso artículo publicado por Diego Herranz en el digital Público para coincidir en la posibilidad real del “sismo” generalizado. Para el comentador no caben dudas: “El retorno del estancamiento con inflación por las guerras comerciales; una deuda, soberana y privada, de 157 billones de dólares, el doble del PIB global; revalorización del dólar, que ha zarandeado el mercado de divisas; sacudidas de volatilidad bursátil y alta tensión en los mercados emergentes. Son algunos de los grandes nubarrones que detecta el FMI. Pero no los únicos ciclones en el horizonte…”.

Aportando más preocupación tanto a los de arriba –con la sombra de la quiebra cual espada de Damocles- como a los de abajo –el hambre convertida en inanición-, “el oráculo […] señala a 2020. Sus presagios hablan de que, para entonces, las hostilidades comerciales se habrán recrudecido. Que los hasta ahora socios económicos de EE.UU. -y la mayor potencia planetaria- estarán en el fragor de las batallas por registrar superávits o, según los casos, por eliminar los déficits de sus balanzas de intercambios de bienes y servicios. En medio de otra tormenta perfecta; de una nueva singladura recesiva. También profunda. Porque el proteccionismo se ha apoderado de las agendas políticas del mundo industrializado. Al principio, fue sólo una ralentización. Un parón al que condujo Donald Trump a sus aliados. Pero luego fue tomando una mayor dimensión.

“Hasta volver a situar al G-7 al borde de la contracción sincronizada de sus economías. Debido a que el encarecimiento de la financiación internacional por las subidas de tipos de los grandes bancos centrales [aumento del precio del dinero, el cual presiona a los países con elevados déficits y abultadas deudas en dólares], que acabaron siguiendo la estela de la Reserva Federal, encarecieron las inversiones empresariales y los gastos de hogares y de consumidores. Hasta el punto de revertir el ciclo de negocios estadounidense. Las bolsas se desploman y la Casa Blanca aumenta sus trabas aduaneras a las importaciones de China, cuyo sector exterior y sus empresas, en una espiral de endeudamiento gradual, subsisten a duras penas por el férreo control del valor del rinminbi desde la jerarquía económica de Pekín. Los flujos comerciales e inversores se obstruyen hasta casi la parálisis”.

Con nuestra fuente agreguemos una interrogante y su contestación: ¿dónde se registran los epicentros de este nuevo tsunami de alarmas enloquecidas? En gran medida, en la puja desencadenada por la administración del Tío Sam con varios de sus históricos cofrades, que Washington ha tratado de enmascarar, por ejemplo, con una flamante versión, edulcorada, del Nafta (otrora, las siglas en inglés del tratado de libre comercio entre USA, Canadá y México, hoy “retocado”, o relanzado a una usanza más genuinamente yanqui).

Peor de lo esperado

Lo cierto es que, concuerda EFE, el panorama pinta peor de lo esperado y en gran medida por culpa del César aposentado en la ciudad del Potomac. El Fondo Monetario Internacional lo anunciaba sin rodeos: “la economía global crecerá menos de lo previsto, un 3,7% en 2018 y 2019, por la guerra comercial entre EE.UU. y China desatada por Donald Trump, que no tiene visos de detenerse”.

Por su parte, “la agenda comercial refleja cuestiones políticas, y la política permanece sin resolución en varios países, lo que aumenta los riesgos aún más”, explicó Maurice Obstfeld, economista jefe del FMI.

En su momento, Obstfeld destacó que “el impacto de las políticas comerciales y la incertidumbre se están volviendo más evidentes a nivel macroeconómico. Dos grandes acuerdos comerciales regionales están en el aire. Tratado de Libre Comercio de América del Norte (entre México, EE.UU. y Canadá) y la Unión Europea (negociando el Brexit). Los aranceles de EE.UU. a China pueden alterar las cadenas de suministro, especialmente si hay represalias”.

A todas estas, se preveía que, si finalmente los Estados Unidos, la primera economía terráquea, crecía 2,9 por ciento en 2018, en 2019 su expansión sería del 2,5, dos décimas por debajo de lo anticipado en julio. En China el despliegue de 2018 se mantiene en alrededor del 6,6, pero en 2019 se desacelerará hasta el 6,2. En cuanto a la Eurozona, el Fondo había rebajado en dos décimas el ritmo de aumento del PIB para 2018, hasta un declarado decepcionante dos por ciento, por la adquirida lentitud de las exportaciones y la prolongada inseguridad sobre el Brexit, si bien mantiene la de 2019 en el 1,9 por ciento.

Empero, resultan más severas las revisiones negativas para los territorios emergentes, que apuntalaban el impulso del planeta, mientras a los desarrollados se les “cicatrizaban” las heridas de 2008. Se aprecian menor inversión y manufactura, con un débil acrecentamiento del trasiego de mercancías.

Dentro de ese contexto, insistamos, lo que más preocupa al FMI es el endeudamiento global (unos 182 mil billones de dólares, 60 por ciento más que al comienzo de la crisis financiera de 2008), que oscurece el horizonte en “un instante de previsible encarecimiento de la financiación”, tras años de masivos estímulos monetarios. La Reserva Federal ha elevado los tipos en tres ocasiones en 2018, hasta el rango de entre dos y 2,2 por cientos, cifras no vistas desde hace un decenio. Y se barrunta que continúe esta escalada, lo que, reiteramos, presionará a los Estados con elevados déficits y engrosado débito en el llamado billete verde.

Al fin y al cabo, como apuntara un alto funcionario del Fondo, “los gobiernos tienen menos munición fiscal y monetaria que la que tenían cuando la crisis financiera global estalló hace 10 años”. Lo que nos reafirma en la coincidencia con Schiff, cuando este, con el ceño fruncido, por supuesto, vaticina un cercano desbarajuste para el mercado de valores y la divisa estadounidense.

Para la economía del orbe.

Eduardo Montes de Oca

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