En tierras mapuches

El epicentro de la cultura y la resistencia mapuches está situado en una amplia franja entre la cordillera y el océano, las provincias Malleco y Arauco, regiones donde los conquistadores fueron rechazados, donde se conservaron las tradiciones y las comunidades que ahora están recuperando una mínima pero decisiva porción de las tierras usurpadas siglo y medio atrás.

El interminable tapiz verde se mece al compás del viento, como un oleaje amenazante a punto de engullir poblados, carreteras y gentes. Un paisaje monótono pero sedoso, salpicado aquí y allá por praderas y colinas coronadas siempre por el verde oscuro de las plantaciones de pinos. A un lado se adivina la cordillera. Al otro, la llanura deambula hacia un mar que nunca termina de decir presente.

La ciudad amanece cansina, como un pueblo grande de provincias, a medio camino entre la metrópoli histérica y la apacible aldea agraria. En el mercado Pinto, las familias se arremolinan en torno a los centenares de puestos que ofrecen verduras y frutas, carnes, mariscos y una impresionante variedad de especias, entre las que sobresale el merkén ahumado, ají molido fino, suavemente picante, que es la estrella de la cocina mapuche.

Cuando aparece una carreta tirada por bueyes con un enorme cargamento de casi cuatro metros de altura, Andrés explica que son familias vendedoras de cochayuyo, un alga de la costa del Pacífico, de gran valor alimenticio, que puede alcanzar los 15 metros. Andrés Cuyul es el presidente de la Comunidad de Historia Mapuche, un colectivo de académicos que siguen aferrados a sus territorios, que viven en terrenos en los alrededores de Temuco y continúan vinculados al movimiento mapuche.

Exclusión por ordenanza

Callejeando por el mercado a través de infinidad de puestos informales y alternando diálogos con las vendedoras se explica el conflicto con el municipio. A principios de diciembre, una ordenanza del alcalde decidió prohibir la actividad comercial ambulante en un perímetro de exclusión en torno al mercado. La particularidad es que la ordenanza impone multas tanto a quienes venden como a quienes compran sus productos.

Entre los castigados hay dos sectores: por un lado, un colectivo de 750 pequeños horticultores artesanales de áreas cercanas a Temuco y, por otro, los vendedores de cochayuyo, uno de los alimentos más apreciados por los citadinos. Cuando los agentes municipales quisieron quitarles la mercadería a familias que viajaron a pie durante diez días desde Tirúa, en la costa, los transeúntes defendieron a los vendedores y forzaron a los agentes a retirarse. Tanto las familias vendedoras de cochayuyo como las horticultoras son en general mapuches.

“Los días posteriores al asesinato de Camilo Catrillanca, toda esta zona amaneció repleta de globos negros, colgados por las vendedoras en señal de luto”, comenta Andrés en tono triunfal. Un golpe de efecto de gentes que apechugan cinco siglos de nones y mentón al viento.

De Matías a Camilo

Conocí a la mamá de Matías Catrileo por casualidad, en el penal de Temuco, cuando visitaba a los hermanos Benito y Pablo Trangol y al machi Celestino Córdova. Los hermanos fueron acusados de quemar una iglesia evangélica, pero fueron incriminados por “testigos sin rostro” y acusados de delitos de carácter “terrorista” –lo que permitió prolongar su detención preventiva–, aunque la justicia luego desestimara esta calificación. Celestino fue condenado por el delito de “incendio con resultado de muerte” que cobró la vida del matrimonio de hacendados Luchsinger-Mackay, en 2013, una hacienda que desde hace siglos quieren recuperar sus propietarias: las comunidades de la zona.

Un grupo de mujeres con atuendos tradicionales habla en voz baja en torno a los presos, en la pequeña capilla que nos cobija. Mónica Quezada, madre de Matías, asesinado por la espalda en 2008 mientras recuperaba tierras, tiene el rostro endurecido por el dolor. “Si comparo la situación actual con 11 años atrás, veo un cambio notable en nuestro pueblo”, comenta. Se refiera a la masiva y maciza movilización social que provocó en Chile el asesinato de Catrillanca, también por la espalda, el 14 de noviembre (véase “Una bala en la nuca que movió a todo un pueblo”, Brecha, 23-XI-18).

Así como el asesinato de Matías forjó una nueva camada de militantes, el de Camilo está ampliando el horizonte de todo un pueblo. Lo realmente nuevo en el Chile actual no es la centenaria lucha mapuche, sino el involucramiento de nuevas camadas de jóvenes (y no tan jóvenes) en una pelea de larga duración contra un Estado genocida y terrorista.

Simona Mayo y Ange Valderrama encarnan a la nueva generación mapuche, de mujeres jóvenes, profesionales, feministas (véase nota de Valderrama en esta cobertura). Una es miembro del Colectivo de Historia Mapuche y vive en Santiago. La otra es periodista e integra Mapuexpress, quizá la web más importante de comunicación mapuche. Participan en espacios pluriculturales, porque se están construyendo “sujetos heterogéneos”, como destaca el historiador Claudio Alvarado Lincopi, algo que no está pudiendo aceptar la izquierda, porque “en su endogamia sólo le valen sus propias tradiciones” basadas en concepciones propias de la modernidad.

Ambas aseguran que el mundo mapuche está en plena expansión, con la recuperación de tierras y de la lengua, y un apoyo que no para de crecer a lo largo del país. Simona registró la masiva reacción de la población chilena ante el asesinato de Catrillanca, con movilizaciones en por lo menos 30 ciudades, incluyendo las del lejano norte. En Santiago se contaron 100 cortes de calle, con barricadas y hogueras, durante horas, con cientos de vecinos. Muchos de los que no salieron golpearon cacerolas asomados a las ventanas, sobre todo en la periferia. En algunas zonas las movilizaciones se prolongaron durante 15 días.

Lengua y territorio

La expansión del mapudungún merecería un estudio específico. Miles de jóvenes lo aprenden, tanto en barrios populares como de clase media urbana. En la Villa Olímpica, en la comuna de Ñuñoa, barrio de clase media de Santiago, la hija de mi anfitriona estudia mapudungún en su escuela, por propia elección. Lo mismo sucede en otras tres escuelas del distrito.

La recuperación de tierras es el aspecto más evidente, y el más reprimido, de este crecimiento mapuche. La provincia Malleco es el epicentro. Es una amplia faja al norte de Temuco, desde la cordillera hasta la costa, que involucra nombres históricos y emblemáticos: Angol, Collipulli, Traiguén, Lumaco, Ercilla, Renaico. Sitios que integran la “zona roja” que concentra los conflictos desde la colonia. Allí nacieron, en la década del 90, la Coordinadora Arauco Malleco y, hace una década, la Alianza Territorial Mapuche, y funciona el parlamento Koz Koz, una organización joven y horizontal que recupera tradiciones y espacios donde se reproducen la vida y la cultura.

En esta región, y en la costera de Cañete y Tirúa, se concentró la resistencia al español, por comunidades que les propinaron las mayores derrotas que conocieron los conquistadores en las Américas. La memoria larga de los mapuches se completa con la usurpación de sus tierras en la segunda mitad del siglo XIX, en la mal llamada Pacificación de la Araucanía.

Ahora, esa memoria ha sido revitalizada por una oleada irrefrenable de recuperaciones, pero también por entregas de tierras del Estado desde los años de la reforma agraria de Salvador Allende para aplacar la bronca centenaria. La demanda de tierras corre pareja con la exigencia de autonomía, que trasmuta los terrenos en territorio mapuche autogestionado.

En algunas áreas, como el triángulo entre Ercilla, la costa de Tirúa y Loncoche (al sur), las recuperaciones de tierras van conformando una mancha de poder comunitario mapuche. En las 1.200 hectáreas del ex fundo Alaska, recuperado en 2002, viven hoy dos comunidades –Temucuicui Tradicional y Autónoma–, en tierras que fueron de la Forestal Mininco, del grupo Matte, que posee 700 mil hectáreas usurpadas a las comunidades.

Andrés y su compañero de la Comunidad de Historia Pablo Marimán reflexionan sobre los caminos que adivinan para un movimiento del que se sienten parte. Les gustaría que la identidad mapuche fuera más abierta, y no tan escorada hacia la comunidad agraria, cargada de todas sus tradiciones, incluidas pesadas herencias patriarcales y caudillistas que reproducen opresiones. Por eso tienen un ojo puesto en las ciudades, donde proliferan mapuches feministas, lesbianas y gays, profesionales y artistas, abriendo la identidad hacia la diversidad. “Pero debemos reconocer que las que sacuden al Estado chileno son las comunidades tradicionales cuando recuperan tierras”, confiesan.

Raúl Zibechi

Raúl Zibechi: Periodista e investigador uruguayo, especialista en movimientos sociales, escribe para Brecha de Uruguay, Gara del País Vasco y La Jornada de México.

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