Los regalos de Christine Lagarde a los populistas

Desde que asumió la presidencia del Banco Central Europeo a finales de 2019, Christine Lagarde ha cometido tres grandes errores que le hacen el juego a los populistas de derechas. Ahora, solo cabe esperar que la propia incompetencia de estos partidos los hunda antes de las elecciones al Parlamento Europeo del próximo año.

Las tres meteduras de pata de Christine Lagarde como presidenta del Banco Central Europeo no han provocado el resurgimiento del populismo de derechas por toda Europa , pero lo han reforzado enormemente.

La primera metedura de pata le costó a Italia miles de millones y al BCE muchas de los logros en esa reputación que Mario Draghi, predecesor de Lagarde, se había esforzado tanto en conseguir. Acórdemonos de marzo de 2020: El mundo estaba atenazado por la ansiedad inducida por la pandemia y los mercados entraban en pánico, especialmente a causa de la solvencia de Italia, un país con deudas gigantescas y sin un banco central propio que imprimiera dinero como podían hacerlo la Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco de Japón e incluso el Banco de Inglaterra.

Cuando se le preguntó en una rueda de prensa programada si el BCE respaldaría la deuda italiana para contener los diferenciales [“spreads”] de los tipos de interés (la diferencia en los costes de endeudamiento entre los gobiernos de los Estados miembros) dentro de la eurozona, Lagarde no tranquilizó a los mercados ni a la opinión pública repitiendo la famosa promesa de Draghi de hacer “lo que haga falta”. En su lugar, hizo lo contrario, y declaró: “No estamos aquí para cerrar diferenciales”. En cuestión de segundos, los costes del servicio de la deuda italiana se dispararon. Mientras el Gobierno italiano quedaba al borde de la apoplejía, la líder de la oposición populista, Giorgia Meloni, que desde entonces se ha convertido en primera ministra, quedaba sin duda encantada.

El segundo error fue menos visible, pero ha tenido efectos más profundos y duraderos. Desde el derrumbe de 2008, el BCE ha ido empujando un muro de dinero dirigido a los bancos europeos, permanentemente frágiles, con la esperanza de que lo prestaran a las empresas y reactivaran así la tambaleante economía europea. Con posterioridad a 2014, cuando los tipos de interés oficiales eran negativos, el BCE estuvo en lo esencial pagando a los banqueros para que aceptaran cientos de miles de millones de euros en sus cuentas del BCE. Pero en lugar de prestar ese dinero a las empresas, los banqueros simplemente lo mantuvieron en sus cuentas del BCE y siguieron cobrando los sobornos que el BCE les pagaba en forma de tipos de interés negativos.

Ahora que la inflación ha vuelto con fuerza, los mismos banqueros han seguido manteniendo miles de millones aparcados en sus cuentas del BCE para cobrar los tipos de interés más altos, mientras siguen pagando a sus depositantes intereses minúsculos. Sin embargo, en lugar de utilizar los poderes del BCE para infundir un santo temor a estos banqueros, Lagarde les ha dejado campar a sus anchas por la institución a expensas de las pequeñas empresas y los depositantes.

Una vez más, así se ha jugado directamente a favor de figuras políticas populistas como Meloni, que se beneficia políticamente pidiendo un impuesto a los beneficios que le caen del cielo a los banqueros. Por si fuera poco, Lagarde y el BCE han respondido a esta propuesta poniéndose del lado de los banqueros. Yo, por mi parte, no puedo imaginar una forma más eficaz de aumentar el atractivo de los populistas de derechas en Italia y más allá.

La tercera metedura de pata de Lagarde fue su lenta reacción ante el aumento de la inflación, reflejo de una larga secuencia de previsiones del BCE espectacularmente desastrosas. Para ser justos, Draghi también había presidido unas previsiones terribles al tiempo que fracasaba sistemáticamente en su intento de alcanzar el objetivo de inflación del 2% del BCE. Pero el dragón que no pudo matar fue la deflación -inflación negativa o muy baja-, que le obligó a recortar los tipos de interés primero a cero y luego a menos 0.5%.

Estas políticas ultralaxas le convirtieron en objeto del odio de los ahorradores alemanes, en particular entre las proverbiales “amas de casa suabas”. Sin embargo, la mayoría de los trabajadores de Alemania y de otros países no hicieron mucho caso, pues sus salarios reales (ajustados a la inflación) no se vieron afectados por la deflación, y debido además a que guardaban muy pocos ahorros.

Todo eso cambió con Lagarde, cuando la inflación pasó a ser positiva, y a lo grande. A diferencia de la deflación, la inflación afecta a toda la población, especialmente a los trabajadores y a los hogares de clase media que se debaten por llegar a fin de mes. Todo banquero central que no llegue a anticiparse a ella tiene garantizado el oprobio de todos los estamentos sociales. Lo vimos en los años 70 y lo volvemos a ver ahora, salvo que esta vez es todavía peor.

En la década de los 70, los sindicatos eran lo suficientemente fuertes como para recuperar las pérdidas de los trabajadores debidas a la inflación mediante negociaciones salariales al alza. Además, como la participación de las mujeres en el mercado laboral era todavía reducida, los hogares consiguieron mantener su nivel de vida gracias a la incorporación de las mujeres al mercado laboral.

Hoy, por el contrario, los sindicatos son una sombra de lo que fueron, y la mayoría de las mujeres ya disponen de un empleo remunerado. Puede que el desempleo sea bajo, pero como los precios no han dejado de subir en los dos últimos años, el poder adquisitivo del hogar medio de la clase trabajadora ha sufrido un golpazo como no se vio en los años 70.

En este sentido, Draghi ha tenido suerte, al menos en comparación con Lagarde. Su caja de herramientas políticas funcionó razonablemente bien en condiciones deflacionistas, pues el BCE podía fingir al menos que el objetivo de su impresión ilimitada de dinero no era salvar a Italia (algo que los estatutos del BCE prohíben formalmente), sino garantizar que los bajos tipos de interés (a menudo negativos) llegaran a todas las partes de la eurozona.

La suerte de Lagarde se acabó al principio de su mandato, cuando las interrupciones de la cadena de suministro inducidas por la pandemia dispararon la inflación, que el presidente ruso Vladimir Putin convirtió más tarde en un problema aún mayor al invadir Ucrania y provocar una crisis de pesadilla en los costes de la energía. En poco tiempo, Lagarde se encontró ante un cruel dilema. Podía mantener los tipos de interés por debajo del 5%, dejar que la inflación se le escapara de las manos y, sin darse cuenta, ponerse a las órdenes de la Alternative für Deutschland (AfD), el partido alemán de la oposición euroescéptica de derechas. O podía, si no, subir los tipos de interés hasta niveles que sofocaran la inflación, pero llevando a Italia y a muchos bancos y empresas europeos a la bancarrota. En cualquier caso, optó por retrasarlo hasta caer entre estas dos banquetas.

¿Podría Lagarde haber hecho algo diferente? Tal como argumenté en su momento, sí: podría haber aumentado antes los tipos de interés para reventar la burbuja inmobiliaria y, al mismo tiempo, comprar (o simplemente prometer comprar) bonos emitidos por los gobiernos, la Comisión Europea, el Banco Europeo de Inversiones e incluso las empresas privadas, destinando los beneficios exclusivamente a financiar un esfuerzo de inversión pública “verde. Malgastó, en cambio, su energía y capital político en calibrar la política de garantías del BCE para favorecer falsos compromisos ESG (medioambientales, sociales y de gobernanza), que nada hicieron por aumentar el suministro de energía limpia justo cuando más se necesitaba.

Además, en lugar de abogar por cambios en el Tratado de la UE que libraran al BCE de tener que mantener siempre solventes a nuestros gobiernos, pronunció discursos mal informados que presagiaban la inminente substitución del dólar como divisa de reserva mundial.

¿Dónde estamos ahora? La rara mezcla de ineptitud y engreimiento de Lagarde ha ayudado a revivir la fortuna política de la AfD en Alemania, de Meloni en Italia, del partido derechista Vox en España, etcétera. Todo lo que podemos hacer hoy es esperar que la propia incompetencia de estos partidos les lleve a dilapidar sus logros antes de las elecciones al Parlamento Europeo del próximo año.

Yanis Varoufakis

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