“Y Mario Draghi”…

Retomo un texto, dejado a medias hace dos semanas por limitaciones de espacio, referido a la actual situación de la economía y la política europeas, centrado en tres personalidades del momento:

Emmanuel Macron –el presidente de la República Francesa, que desató una enorme controversia al diagnosticar la muerte cerebral de la OTAN–; Olaf Scholz –el ex líder social-demócrata y actual ministro alemán de Finanzas, que lanzó una inesperada iniciativa para llevar adelante los controvertidos proyectos de unión bancaria europea y de creación de un mecanismo unificado de seguro de depósitos en los países de la zona del euro–, y Mario Draghi, que, “al concluir su encargo como presidente del Banco Central Europeo –tras una gestión de nueve años que muchos consideran salvadora del euro y de la Unión Monetaria Europea– formuló una visión de los desafíos inmediatos y a mediano plazo, que reforzaron la impresión de que su sucesora, la antigua directora-gerente del Fondo Monetario Internacional, difícilmente estará a la altura de esas exigencias”.

El fin de la gestión de Mario Draghi como presidente del BCE estuvo rodeado por un inusual consenso acerca del éxito alcanzado. Lo muestra, por ejemplo, una nota del Consejo Editorial del Financial Times (25/10/19) que proclama que Draghi “tiene buenas credenciales para ser reconocido como el más destacado estadista europeo del decenio, al haber extraído al bloque monetario de lo que bien podría haber sido una crisis terminal… [y] haber creado el espacio para la recuperación económica de la zona del euro”, tras una recesión de cinco años.

Draghi decidió desde septiembre último, fiel a su historial de nueve años frente al BCE, retirarse con un claro reforzamiento de la política expansiva del banco: colocando la tasa de interés aplicable a la facilidad de depósito en terreno negativo (-0.5 por ciento) y en niveles muy bajos las tasas aplicables a las operaciones principales de refinanciación (0.0 por ciento) y a la facilidad marginal de crédito (0.25 por ciento). Decidió también reanudar el programa de estímulos cuantitativos, mediante la adquisición de activos a un ritmo mensual de 20 mil millones de euros, a partir del primero de noviembre, hasta el límite máximo admisible de 2.6 billones. Lo hizo a pesar de la oposición de algunos miembros del consejo del banco y las expresiones de rechazo de los gobernadores de los bancos centrales de Alemania, Austria, Francia y Países Bajos. Nunca dudó de ejercer las amplias facultades de que está dotada la presidencia del banco.

El 28 de octubre, en su discurso de despedida, Draghi argumentó [agrego aclaraciones]: Actualmente [cuando reaparece el riesgo de deflación en la eurozona], nos encontramos en una situación en que los bajos tipos de interés no están produciendo el mismo grado de estímulo que en el pasado, porque la tasa de rentabilidad de la inversión en la economía ha caído [en contraste con los márgenes de ganancia de la actividad y la especulación financieras]. Aún así, la política monetaria puede lograr su objetivo, pero lo hará con mayor rapidez y con menos efectos colaterales si las políticas fiscales están alineadas con ella [a favor del crecimiento de la economía y de la ocupación].

El primer gran pronunciamiento de Christine Lagarde, la nueva presidenta del BCE, no se produjo sino hasta casi un mes después, el 22 de noviembre, en el Congreso Bancario Europeo en Fráncfort. Quizá para responder a quienes han subrayado su carencia de formación económica, eligió ofrecer una lección sobre las numerosas falencias de las economías europea y global, a partir del análisis del doble desafío al que debe responderse: primero, la cambiante naturaleza del comercio mundial, cuya marcada desaceleración reciente explica el apenas reptante crecimiento económico global, y segundo, la ralentización a largo plazo de la dinámica de las economías del mundo desarrollado, particularmente notable en la zona del euro.

Como era de esperarse, Lagarde recomienda que el BCE persista en su política monetaria expansiva y, como eco de la declaración de su predecesor citada en el párrafo precedente, señala que resulta claro que la política monetaria puede alcanzar su objetivo más rápido y con menos efectos colaterales si otras políticas también apoyan el crecimiento. No deja de resultar curioso que Lagarde use, en su discurso inaugural, el mismo argumento usado por su predecesor en su oración de salida, casi con las mismas palabras y sin mencionarlo en forma explícita. La imitación es el mejor homenaje.

Las virtudes de la convergencia de políticas acaban de ser subrayadas por el ex gobernador Carstens, quien vino a celebrar los 25 años de autonomía del Banxico. Afirmó que la eficiencia en términos de crecimiento económico con que se puede lograr una inflación baja y estable es mucho mayor si se aprovechan las sinergias entre las diferentes políticas económicas y si se reconocen las limitaciones de cada una de ellas ( El Financiero, 23/11/19). Quizá se trate de una lección aprendida en Basilea.

Jorge Eduardo Navarrete

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